De pie junto a la luna es cuando escucho mejor, las voces fluyen cual río en movimiento sin parar, las lágrimas se deslizan sin pensar, pues no hay luz alguna que logre inhibir el movimiento de su llanto, y que decir de las palabras, son limpias, puras, transparentes y perpetuas, los sonidos: un suspiro o un respiro, logran profundizar y pulverizar sistemáticamente cada significante fracción de mi cuerpo.
De pie junto a la luna es cuando me siento peor, no sé si es por el frío y mi cuerpo necesita calor, no sé si es por el calor y mi cuerpo tiene frío, tampoco sé si es porque mi voz necesita ser escuchada y mis palabras necesitan ser desahogadas.
De pie junto a la luna es cuando veo mejor, sombras ambulantes y vivientes se hacen presentes, sombras perseverantes y no vivientes se visualizan, incluso mis pensamientos trascienden la línea de lo mental y pueden escenificar y actuar frente a mis ojos vagabundos.
De pie junto a la luna es cuando mis deseos se enaltecen, probablemente es porqué mi cama es muy grande, o porque mis piernas necesitan ser tocadas y mis labios ansían ser deslizados sobre superficies etéreas, quizá también sea porqué mis órganos palpitan en aumento, los dedos suplican poder expresarse y mi lengua transita sin dificultad hasta provocar hacer explotar.
De pie junto a la luna es cuando el timbre del teléfono es más alto, debe ser porque la mayoría duerme y yo no, debe ser porque los perros aúllan cada vez menos, seguramente es porque la ebriedad aún transpira y la fiesta no termina, o porque la soledad te aniquila.
De pie junto a la luna las cosas recrudecen, parecen conectarse oníricamente en mi mente y conflagrar un plan maestro, el cual tiene por objetivo intensificar, sí, aumentar hasta detonar… todo, absolutamente todo, los sueños, las letras, el bajo, las caricias, las voces, el teléfono, el llanto, el saxofón, el alcohol, la libertad, los líquidos, todo aquello que está en movimiento, es innegable, cada una de las cosas a las que le doy vida.