Sola
Recostada en el sofá de colores tenues casi blancos, casi rosados y casi verdes. Aún despeinada por ocho horas y treinta y seis minutos de sueños en una anhelada gran cama matrimonial. Con amargo sabor en la boca dejado por las anteriores copas de un mal casual vino tinto de treinta y ocho pesos. Ojos cansados, cerrados y entreabiertos solo en diminutos momentos. Un cuerpo a medio cubrir, con un sostén de encaje negro, un bikini de encaje negro también, y piel color canela cobijaban a la mujer. La copa del vino ya citado, permanecía junto a ella como fiel compañero a medio morir y con la actitud de resistirse. El conglomerado de residuos de cigarro y marihuana bien fumados, reposaban en el objeto llamado cenicero, encontrado justo a lado de la copa de vino. Pies estéticos y manos grandes, cansadas por las pocas, insignificantes y torpes palabras vertidas en una servilleta como apoyo, justo en la media noche… se encontraban fríos y casi congelados por la baja temperatura de un característico invierno. Como ermitaña loca y abandonada por la sociedad, relegada, juzgada, calificada y hasta olvidada, en una habitación desalojada y alojada únicamente por: un sofá, una copa de vino tinto, una botella vacía de vino tinto, un cenicero, una cajetilla con dos o tres cigarros todavía, un disco inconsolable sin poder ser escuchado por la ausencia de un aparato reproductor: Bob Dylan “The Freewheelin”, el libro mal leído poco comprendido de Alfonso Reyes “La X en la frente”, una pluma y una servilleta. Con pensamientos apenas visibles entre la mugre de humo producida en la gris ciudad por el tráfico humano, desahogada de líquidos bien gustados a través de su corta vida, actitud indeleble de algún día levantarse del sofá, perdiendo metas, deseos y objetivos en el correr del tiempo, extasiada por la cantidad de experiencias atravesadas a su ritmo…la encontré.
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